miércoles, 5 de diciembre de 2007

Sacar bienes del mal



He estado pensando en el mal del mundo, en la traición, en la ambición mal enfocada, en las puñaladas por la espalda, en la falta de misericordia de tantas personas.
A momentos se nos hace dificil compartir en un mundo con maldad, con deslealtades, en donde parece que va venciendo el mal y vamos cediendo espacios...para no dañar, para no sentirnos atacados. Soy de la idea de la mansedumbre, pero, una vez un amigo sacerdote me dijo que hay que ser "manso pero no menso" y me quedó tan claro. Tenemos límites y solo los conocemos nosotros. Hacer el bien pensando que en el otro habita Cristo, poner la otra mejilla...ufff...en medio de un mundo altanero, arribista, malamente ambicioso. En fin, intentar vencer al mal con bien.

Se acerca un nuevo cumpleaños de Cristo y me parece que deberíamos estar preparados para salir a su encuentro...¿qué haría si me recriminara el mal que he hecho y el bien que dejé de hacer?, ¿estoy a tiempo de remediar mis malos actos?. Si Dios habita en el otro, ¿por qué a veces no lo vemos y lo atacamos?.
Sin duda este período de Adviento nos debe ir purificando. Para esperar a Dios debemos hacer el análisis, revisarnos, ¿qué hice bien, qué hice mal?, ¿a quién hice bien, a quién hice mal?, si le fallo a un amigo en la tierra, ¿será a Dios a quien le fallé?. Dios quiere nacer en nuestros corazones, ¿está limpio para que llegue allí?. Dios habite en nuestros corazones no solo en Navidad, sino siempre.
Como siempre, les dejo un abrazo y un texto.



Sacar bienes del mal
Fuente: Catholic.net
Autor: P. Fernando Pascual LC

La grandeza del amor consiste en vencer el mal con el bien (cf. Rm 12,21). Porque el amor no disminuye su fuerza cuando encuentra ante sí el muro tremendo de la fragilidad y la miseria humana.

Dentro del dinamismo del amor surge la belleza de la misericordia. No se detiene ante los pecados, no deja de buscar maneras para levantar al hombre caído, para curarle las heridas, para devolverle la dignidad perdida.

Juan Pablo II lo explicaba en la encíclica “Dives in misericordia” (n. 6). “El significado verdadero y propio de la misericordia en el mundo no consiste únicamente en la mirada, aunque sea la más penetrante y compasiva, dirigida al mal moral, físico o material: la misericordia se manifiesta en su aspecto verdadero y propio, cuando revalida, promueve y extrae el bien de todas las formas del mal existentes en el mundo y en el hombre”.

Extraer el bien de todas las formas del mal que existen... ¿Es posible? ¿Cómo lograrlo? Necesitamos, con un corazón contemplativo y sencillo, mirar la acción de Dios en la historia.

Cuando los hombres intentaron construir un mundo desde el egoísmo, la violencia, la mentira, la ambición, el placer... Cuando levantaron murallas de odio, cuando maltrataron a los más débiles, cuando engañaron al esposo o a la esposa, cuando abortaron a millones de hijos antes de nacer... Cuando provocaron guerras absurdas y despiadadas, cuando asesinaron en nombre de ideologías “liberadoras”, cuando contaminaron ciudades y campos con un “progreso” hecho de mezquindades... Entonces Dios respondió no sólo con una paciencia infinita, sino con un amor lleno de misericordia: nos ofreció a su Hijo, puso ante nosotros su perdón infinito.

San Pablo exclamaba, en la carta a los Romanos, su sorpresa ante el misterio de tanto amor. “En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos; en verdad, apenas habrá quien muera por un justo; por un hombre de bien tal vez se atrevería uno a morir; mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros” (Rm 5,6-8).

Nosotros quisiéramos arreglar el mundo de otra forma, extirpar a los malhechores, condenar a los terroristas, encarcelar a los criminales, aumentar el número de policías y mejorar el sistema legal y jurídico. Es correcto todo esto, incluso en muchos casos es necesario. Pero la misericordia va más allá, porque lleva al “milagro” de obtener bienes desde los males más profundos.

También nosotros podemos asemejarnos a Dios, si miramos con ojos distintos el misterio del mal que nos rodea. Porque en el corazón del más miserable quedan ascuas de algo bueno.

Muy escondido, es cierto, pero ese algo, que viene de Dios, puede un día regenerar al criminal, lograr que el pecador llore por sus faltas, permitir que corazones ruines (mi corazón lo ha sido tantas veces, quizá lo es ahora...) sientan la mirada profunda y amorosa de Cristo que les repite, suavemente: “Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti” (Jr 31,3).

1 comentario:

Anónimo dijo...

el amor de cristo, es mas fuerte...esta sobre todo........

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