viernes, 14 de septiembre de 2007

La Eucaristía, principio vivificante


Fuente: Catholic.net
Autor: P. Carlos M. Buela

Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebeís su sangre, no tendréis vida en vosotros

Además de los efectos particulares que tiene la Eucaristía, el principal de los cuales es la gracia cibativa, tiene, también, un efecto general, como sacramento que se relaciona con los otros, como fin de todos ellos, como su consumación y como principio vivificante del que depende la eficacia de todos los demás.

Hay muchas especies morales de gracia: el bautismo y la penitencia regeneran; la confirmación robustece; el orden sagrado y el matrimonio son gracia de estado. Todas estas gracias tienen un elemento que santifican al hombre, o sea, lo vivifican, lo sobrenaturalizan, lo divinizan. El bautismo y la penitencia quitan el pecado y dan la vida; la confirmación robustece, pero aumentando la vida; el orden y el matrimonio dan la gracia de estado que da vida a quienen los reciben en relación al cumplimiento de los deberes de estado.

El elemento vivificante es efecto del sacramento de la Eucaristía. Por eso: “Si no comeís la carne del Hijo del hombre y no bebeís su sangre, no tendreís vida en vosotros” (Jn 6, 53).

No hay modo de vivificarnos con la vida sobrenatural sino a través de la Eucaristía. Dice Santo Tomás: “La Eucaristía tiene por sí misma poder para dar la gracia, de tal modo, que nadie tiene la gracia antes de recibir la Eucaristía al menos en deseo; en deseo personal como los adultos, en deseo de la Iglesia como los niños ... Es tal la eficacia de su poder, que con sólo su deseo recibimos la gracia, con la que nos vivificamos espiritualmente”[1] Hace crecer y perfeccionar la vida espiritual, para que el hombre en sí mismo sea perfecto por la unión con Dios.

De lo dicho se desprende que la Eucaristía se recibe in voto real cuando se recibe cualquier otro sacramento (el deseo o voto de la Eucaristía está objetivamente incluído en todos los otros ritos sacramentales). “La recepción de todos ellos viene a ser como preparación para recibir o consagrar la Eucaristía”[2].

La Eucaristía es el fin de todos los sacramentos y está en todos, como el fin está en los medios que a él conducen.

Por eso decía San Agustín: “No penséis que los niños no pueden tener la vida por estar ayunos del cuerpo y de la sangre de Cristo"[3]. “No cabe dudar de que los fieles se hacen partícipes del cuerpo y la sangre del Señor cuando en el bautismo se hacen miembros del cuerpo de Cristo. Y no están alejados del consorcio del pan y del cáliz, aún en el caso de que no lo coman ni lo beban, si dejan el mundo estando ya constituídos en la unidad de este cuerpo”[4].

Dice Santo Tomás que: “a este sacramento pueden asignarse los efectos de todos los sacramentos, en cuanto que es la perfección de todo sacramento, teniendo como en principio y plenitud (o como en síntesis y en suma) todo lo que los otros sacramentos contienen particularmente”[5].

Por tanto, “es necesario concluir que la Eucaristía es un sacramento general; contiene lo de todos, hace lo de todos, actúa en todos. No se compara con ellos como uno de tantos sólo, sino, además, como el primero, principal y universal”[6].

Por tanto la Eucaristía es el principio vivificador de todos los demás sacramentos, como enseñó la Verdad Encarnada: “Si no comeís la carne del Hijo del hombre y no bebeís su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6, 53).

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